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México y su comicidad

  • Estéfano Robles
  • 17 dic 2017
  • 2 Min. de lectura

Mientras en México las voces a favor o en contra de la ley de seguridad interior exponen hasta la saciedad sus argumentos a diferentes medios de comunicación, algunas personas se sumergen en un espiral de apatía, descargando su impotencia y desesperanza de la mejor forma que se les ocurre; característica por la que los mexicanos somos célebres: La comicidad.


Analizada desde diferentes perspectivas, la comicidad del mexicano puede ofrecer conclusiones diametralmente distintas, pues más que un rasgo cultural es un mecanismo de autoprotección, una espiritual forma de negación.

Nuestro incansable sentido del humor puede anteponerse maravillosamente a la pérdida; ¿acaso no es común y muy mexicano que se escapen algunas sonrisas o bromas, incluso durante el funeral de un familiar?

Desde el punto de vista psicológico reírse incluso de la muerte es una propiedad admirable y digna de estudio pero, ¿qué tanto nos beneficia como sociedad abusar de tal don?, ¿hasta qué punto la burla y la risa se convierten en aceptación?


Los llamados memes son comunes para todas las personas que frecuentan el uso de las redes. Existen memes simples para robar sonrisas a personas de cualquier edad, sexo o posición social; memes que no discriminan, memes en contra del Apartheid, memes incluyentes; también los hay un poco más complejos, fustigadores, pretenciosos e ingeniosos, pero la razón de ser de cualquiera es la misma: hacernos reír o, ¿acaso podrían ser una forma alternativa de hacer crítica?

Un ejemplo fehaciente de la seriedad cómica del tema es que, la mayoría de los mexicanos reconoce perfectamente lo que es un meme, pero muy pocos están al tanto de la memética.


Existen en la sociedad mexicana temas medulares que comprometen nuestro presente y futuro: la privatización del agua, la contaminación que ejerce la industria minera, la violencia y represión, por citar solo algunos y la mejor forma que encontramos de hacerles frente es reírnos.


Muchos nos hemos reído con las pifias públicas de nuestro presidente, resbalones surrealistas que a todos nos causan gracia –porque también es muy mexicano reírse de los pendejos–, pero ¿cuántos de nosotros se han detenido a pensar en los ejércitos de asesores que tiene el titular del ejecutivo? ¿Acaso le permitirían una y otra vez representar el mismo personaje de forma intencionada?, pregunto de nuevo ¿hasta qué punto la burla y la risa se convierten en aceptación?


En la recta final de la administración de Enrique Peña Nieto, ¿alguien sigue creyendo que éste es un pendejo?


Ay, México, ¿no has escuchado que, quien ríe al último ríe mejor?



Les deseo muy buen día a todos.


Estéfano Robles

 
 
 

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